El derecho a la ciudad como práctica ciudadana

Texto publicado previamente en Open Democracy, United Cities and Local Governments y Asuntos del Sur. 

John Lennon escribió que la «vida es lo que ocurre mientras estás ocupado haciendo otros planes». En el siglo XXI, tiempos en los que laciudadanía toma la iniciativa en casi todos los ámbitos, el derecho a la ciudad podría ser lo que ocurre en la sociedad civil mientras los expertos se ponen de acuerdo en su definición. Las revueltas globales del año 2011 sacudieron de forma contundente el «derecho a la ciudad». No con redefiniciones teóricas, sino con un icono (la acampada en el espacio público) y un método (acción colectiva que conectaba lo local y lo global en tiempo real). Las ocupaciones de la Primavera Árabe, el 15M / Indignados en España o Occupy Wall Street visibilizaron de forma casi performática prácticas ciudadanas, formas de organizarse, maneras de construir ciudad. Y esa cautivante visión de las plazas tomadas acabó provocando un alud de revisiones académicas del «derecho a la ciudad». La práctica, eso sí, precedió a la teoría.

Henry Lefebvre, que formuló el derecho a la ciudad en 1967, escribió que la ciudad «no es un libro acabado, sino el lenguaje de la gente», poetizando la oposición social a la ciudad moderna. La publicación del libro Ciudades Rebeldes, de David Harvey, al calor de Occupy Wall Street, transformó el derecho a la ciudad en el «derecho a modificar la ciudad de forma colectiva», ni siempre al rebufo de las instituciones. Para Harvey, el derecho a la ciudad implica «la recuperación del comando y gestión del excedente urbano por parte de la clase trabajadora, que es la que produce la ciudad». Las geógrafas Selene López y Natalia Lerena niegan que el derecho a la ciudad baje desde la academia hacia los movimientos sociales, «sino que por el contrario cristaliza un ida y vuelta entre las reflexiones académicas y la acción política» y es también una «consigna política». Por otro lado, la influyente Global Platform for the Right to the City, surgida en la ciudad de São Paulo en el año 2014, amplia el horizonte del concepto hacia el procomún, tan presente en los dilemas de nuestra época: «El derecho de todos los habitantes, presente y futuro, permanente y temporal a usar, ocupar y producir ciudades justas, inclusivas y sostenibles, definidas como bien común esencial para una vida plena y decente».

La ciudad «no es un libro acabado, sino el lenguaje de la gente».

La necesaria discusión sobre el concepto del derecho a la ciudad continúa vivo. Tiende, de hecho, a infinito. Tanto que corre el riesgo de convertirse en un «significante vacío» que los diferentes interlocutores usen para satisfacer sus propias agendas. Mientras tanto, el derecho a la ciudad es también todo aquello que ya está ocurriendo gracias a la sociedad civil. La chispa que llevó a David Harvey a reciclar el derecho a la ciudad fue la fascinante visión de un sujeto político global que se autoproclamaba el 99%: un sujeto político hecho de acampadas, prácticas de ocupación, plazas en red, subjetividades transversales, conocimiento libre y compartido, procesos colectivos de reapropiación del espacio público, de resignificación de las ciudades. De Tahir a la puerta del Sol de Madrid, del Movimiento de los Girasoles de Taiwán al Parque Augusta de São Paulo, el derecho a la ciudad volvió a ser carne, acción política, práctica ciudadana. El derecho a la ciudad es lo que ocurre mientras el Habitat III de la ONU planea los próximos veinte años para el mundo.

Tras la explosión del 15M español, el heterodoxo movimiento de los Indignados, la palabra prototipo, reducida hasta hace poco al mundo de la cultura digital, comenzó a ser usada asociada a lo social. El prototipo es el “ejemplar original o primer molde en que se fabrica una figura u otra cosa”. El prototipo es una estado previo al modelo. Y se caracteriza por estar en estado de constante cambio, mutación y mejora. En los años iniciales de la programación web, entre el ecosistema hacker, se acuñó la expresión beta permanente para definir un prototipo no definitivo. En la Europa colapsada por el austericidio, cada vez son más los colectivos de urbanistas que abrazan el concepto de beta permanente, que reivindica el «proceso frente al objeto, la horizontalidad del trabajo y el pensamiento en red, el desarrollo de la inteligencia colectiva ciudadana y la apropiación comunitaria de los proyectos”. No es casualidad que los antropólogos Alberto Corsín y Adolfo Estalella nombraran a su blog Prototyping y lo convirtieran en un verdadero inventario de las prácticas urbanas, de los prototipos, que devolvían la vida a los barrios de la España de la crisis.

En la Europa colapsada por el austericidio, cada vez son más los colectivos de urbanistas que abrazan el concepto de beta permanente. La ciudad contemporánea, más que un modelo preconcebido, puede entenderse también como una red de prácticas colectivas. Prácticas que escenifican formas de vida que ya existen en solares vacios, plazas tomadas o centros sociales. Prácticas basadas en la colaboración, que cuestionan la competición entre individuos como motor de la vida. Prácticas que preceden a las teorías o paradigmas de ciudad. Prácticas que en muchos casos son acciones insurgentes, políticas, destituyentes. Desbordando lo posible, las prácticas ciudadanas redefinen marcos, consolidan códigos comunes de acción y abren brechas en las encorsetadas instituciones. Un teatro auto gestionado que regala vida cultural a un barrio (Ambros Theater, Atenas), un colectivo que teje una red de huertos urbanos colaborativos en vacíos urbaons (Hortelões Urbanos, São Paulo), una radio comunitaria que lucha contra la gentrificación de un mercado popular (Radio Aguilitas, Ciudad de México) ouna red de WIFI comunitario en el barrio La Loma de Medellín son metáforas vivas del concepto «práctica ciudadana». Desbordando lo posible, algunas prácticas marcan agendas políticas locales, con eco planetario. Y anticipan futurosdeseables y/o intuidos, que los políticos no se atreven a invocar. El gobierno local de Hong Kong está reduciendo el tránsito de vehículos en el centro de la ciudad, directamente inspirado en las revueltas de #OccupyCentral que sembraron las calles de actividades durante las ocupaciones estudiantiles de 2014. Los gobiernos locales, reconociendo dichas prácticas e inspirándose en ellas, pueden ser vitales para que el derecho a la ciudad sea el suelo común de las políticas públicas de las ciudades del futuro.

Entender la ciudad como una red de prácticas colectivas, como un conjunto de autonomías ciudadanas, de prototipos imperfectos, amplía simultáneamente la definición de derecho a la ciudad y de política pública. Y ayuda a romper la dicotomía de lo público-privado, buscando políticas orientadas al común. Cierto: los gobiernos locales deben construir políticas públicas urbanas basadas en la equidad, la justicia, la inclusión, la sostenibilidad, la participación. Además, deben legitimar, reconocer y proteger las prácticas del común, las prácticas ciudadanas que configuran y recombinan los elementos de la trama urbanaque mantiene viva a una ciudad. Pero no basta con reconocer las prácticas del común: los gobiernos locales tienen que incentivar su existencia, aunque eso conlleve no controlar los procesos regidos por la autonomía ciudadana. Además, la gestión urbana y la tecnología que controla las ciudades tiene que dejar de ser un exclusivo patrimonio de multinacionales.

La Cumbre Mundial de Ciudades de la United Cities and Local Goverments (UCLG), que se celebró la semana pasada en Bogotá, refuerzó la apuesta de los gobiernos locales por el derecho a la ciudad. En las sesiones colaborativas Co-crear la ciudad el derecho a la ciudad se declinó en participación, diversidad, aprendizaje, justicia, sostenibilidad y vida barrial. Y representantes y movimientos sociales cocinan juntos documentos con horizonte narrativo y escalabilidad política. Co-crear la ciudad el derecho a la ciudad se declinó en participación, diversidad, aprendizaje, justicia, sostenibilidad y vida barrial.

Esta semana, los gobiernos locales intentarán que su agenda / apuesta influya en la reunión del Habitat III que tendrá lugar en Quito. Al apostar por el derecho a la ciudad, sin haberlo planeado, los gobiernos locales también estarán luchando por ese sujeto político del 99%. Al apostar por el derecho a la ciudad, que además de concepto es práctica ciudadana, los gobiernos locales también están batallando por los de abajo, por quienes habitan las ciudades con prácticas orientadas al bien común. Si la ONU deja de lado el derecho a la ciudad, no sólo estará enfrentándose a los gobiernos locales, sino al 99% que hace que la vida fluya en las ciudades mientras los Estados nación están ocupados haciendo otros planes.

Habitar las ciudades democráticas

Texto publicado previamente en Open Democracy, El Diagonal y Asuntos del Sur.
El modelo smart city que ha reinado en la última década del planeta, la ciudad inteligente basada en una gestión centralizada y en la comercialización de los datos de los ciudadanos, hace aguas. No solo eso: las prácticas, narrativas y procesos alrededor de «datos» y «ciudad» empiezan a apuntar hacia la dirección opuesta. La línea de investigación-acción datos para el bien común, puesta en marcha en el MediaLab Prado de Madrid, reinventa la gestión de datos desde lógicas no centralizadas.
Tras las revelaciones de Edward Snowden, la criptografía es la nueva atmósfera-deseo de esta nueva era que reclama transparencia para lo público y privacidad para los individuos. Y por primera vez, el ecosistema de los comunes – el común, procomún, los commons, el bien común – empieza a relacionarse cara a cara con la democracia. ¿Cómo sería la democracia de los comunes? ¿Cómo mejoraría la tecnología de los comunes la participación en la ciudad? ¿Democracia del bien común?

Las ciudades democráticas, sin prácticas del común, podrían ser un marco vacío que el mercado no tardaría en ocupar

El encuentro Ciudades Democráticas: tecnología de los comunes y derecho a la ciudad democrática, organizado por D-CENT y el Ayuntamiento en el MediaLab Prado y el Museo Nacional Centro de Arte Contemporáneo Reina Sofía de Madrid, sirve de marco para reflexionar y para intentar responder a algunas de las preguntas formuladas en el mismo. El encuentro Ciudades Democráticas es digno de estudio por muchos motivos, desde los invitados al contenido generado durante el mismo, porque en él confluyeron tres líneas del ecosistema de «los comunes» que no dialogan fácilmente: los comunes digitales que tienen su línea de batalla más encendida en el espionaje masivo, los comunes urbanos que cocinan las ciudades desde lógicas colectivas y los comunes vinculados a la participación en la democracia. El marco simbólico de las ciudades democráticas se transforma pues en un espacio común habitado por diferentes prácticas y visiones políticas del ecosistema del común, procomún o los comunes.

Procomún y participación

La línea de comunes vinculados a democracia cristalizó tras el encuentro de Madrid en la redDemoComunes, una nueva red formada por activistas, académicos, movimientos sociales y técnicos de instituciones que comparten métodos, protocolos, software, prácticas y narrativas de las nuevas ciudades democráticas. La red DemoComunes, que se lanzó el pasado 05 de julio, pretende construir «una sociedad plenamente democrática en todos sus ámbitos, impulsada por las posibilidades de colaboración y trabajo en red (digital y presencial)». Aunque todavía no está totalmente definida, el método que propone DemoComunes marca un nuevo camino: «Creando, liberando y compartiendo modelos organizativos, tecnologías, metodologías, prácticas, materiales legales, narrativas y, en general, recursos comunes y abiertos que nos lleven hacia formas democráticas basadas en la participación colaborativa conectada» .

El encuentro Ciudades Democráticas, suelo común de DemoComunes, fue un auténtico inventario de prácticas, metodologías, tecnología y pensamiento para reformular la democracia. Para descentralizarla. Un inventario de los comunes que, empoderando a la ciudadanía, modula la democracia. Apoyándose en la inteligencia colectiva, la abre. Las ciudades democráticas, bajo la lógica de lo abierto y lo común, se convierten así en un marco simbólico que desplaza, tal vez para siempre, a la smart city y a la obsoleta política de patentes de las multinacionales. La línea de los comunes democráticos revela que es posible que convivan el pensamiento político tejido alrededor del común y las prácticas que lo hacen posible y que generan una retroalimentación virtuosa entre el adentro institucional y el afuera de la sociedad civil. Los comunes democráticos son una visión de mundo que combina pensamiento y prácticas, una visión política que va más allá de los marcos teóricos y que desborda las herramientas digitales por otro.

¿Cómo medir y relacionar los relatos, formatos e imaginarios de los comunes democráticos? ¿De dónde beben las nuevas prácticas instituyentes e institucionales relacionadas con la democracia directa o deliberativa, como decide.madrid.es? La evolución del 15M español o de la revolución ciudadana islandesa de 2008 visibiliza la importancia de la toma de las plazas que arrancó con la eclosión de la Primavera Árabe. La democracia basada en la topología de red distribuida, como las prácticas puestas en marcha por el partido-movimiento Wikipolítica en México, las plataformas participativas de Islandia o las herramientas de democracia directa de algunos «ayuntamientos del cambio» (como Madrid, Barcelona, Oviedo o Coruña) son uno de los puntos de llegada de las plazas ocupadas del 2011. No es el único punto de llegada ni hay una relación de linealidad, pero el mantra de las plazas tomadas a la política distribuida empieza a ser una realidad . La influencia de los procesos colectivos y herramientas cocinadas con software libre en las plazas tomadas, como el Propongo de la Acampada Sol en Madrid, han sido de especial relevancia para la construcción de decide.madrid.es, la plataforma de participación del ayuntamiento de Madrid. No es causalidad que las sesiones del #DemocracyLab del encuentro Ciudades Democráticas de Madrid usara formatos como los hackatones o datatones de trabajado colaborativo para mejorar herramientas digitales para la democracia directa, como el software Consul del Ayuntamiento de Madrid, en el que está basado decide.madrid.es. No son tan diferentes del trabajo colectivo realizado en las plazas tomadas.

Betas urbanos: hacia la ciudad relacional

La línea de comunes urbanos es también una visión de mundo en la que se enredan prácticas ciudadanas y pensamiento político. La efervescencia de prácticas ciudadanas alrededor del espacio público, que tiene en Madrid y en otras ciudades españolas uno de sus epicentros globales, tiene en el término ‘bien relacional’, acuñado por primera vez por la filósofa Martha Nussbaum en 1986, una de sus piedras de toque. Un bien relacional podría definir aquellas “experiencias humanas en las que el bien es la relación por sí misma”. La charla con un camarero que nos hace volver a un bar. La estantería de libros compartidos de un café. El paseo con un vecino que lleva a sus hijos al colegio. El clima acogedor de una conversación coral en una plaza.
Los bienes relacionales estarían habitados por intagibles como la confianza, la reciprocidad o la amistad. Y son co-consumidos y co-producidos al mismo tiempo por los sujetos involucrados en ellos. En el universo de los bienes relacionales, lo competitivo cede espacio a lo colaborativo. El compartir es el ADN de este nuevo ecosistema de bienes, relaciones y reciprocidades interdependientes.

Los bienes relacionales están profundamente relacionados a los espacios. A los espacios compartidos, a los espacios relacionales, a los espacios en red. Y encajan con el concepto de ciudad relacional que baraja la jurista María Naredo. Un modelo de ciudad relacional, fraguado con lazos intersubjetivos, tejido con capas de afectos: “el modelo “relacional” propone formas de seguridad basadas en el encuentro, la relación y el diálogo. La seguridad, en el modelo relacional, pasa sobre todo por recrear el lazo social. No vaciar la calle, sino todo lo contrario: repoblarla de relaciones de vecindad, de buena vecindad también entre desconocidos. Para así poder confiar en que alguien nos va a echar una mano si nos ocurre algo en el espacio público, la vecina del quinto o el tendero de abajo”. Por si fuera poco, la ciudad relacional dispone de un minucioso manifiesto escrito por Enric Ruiz-Geli, que busca puentes, transversalidades y conexiones entre aquellos que la habitan.

Hace apenas unos años, ante el brutal ataque neoliberal de los espacios urbanos, el grito era considerar el espacio público como una inquebrantable ideología. El espacio público, en la nueva era / interfaz relacional, aspira a ser un espacio común. A un espacio donde el procomún – algo que es todos y no es de nadie – sea la atmósfera y norma que todos respiren. El espacio común – la verdadera fábrica de los bienes relacionales – se deja intuir en prototipos urbanos, inacabados y colectivos como los que crea Ciudad Emergente en Chile o el Campo de Cebada de Madrid. El espacio común palpita en los últimos ensamblajes humanos del planeta (plazas ocupadas, asambleas en plena calle). O en procesos-flujos como Ciudad Escuela de Madrid, que incentivan mobiliario urbano construido con licencias libres, participación ciudadana y procesos de código abierto.

En el encuentro Ciudades Democráticas, la línea de comunes urbanos estuvo presente en la sesión Urban Betas, donde confluyeron proyectos, relatos, experiencias y herramientas digitales de colectivos tan diversos como Todo Por La Praxis, la Red de Espacios Ciudadanos (REC),Territoris Oblidats o el Vivero de Iniciativas Ciudadanas. La ciudad como sujeto político colectivo, como conjunto de relaciones entre bienes relacionales, empieza a dialogar con la línea de comunes digitales. Y enriquece mucho la visión de mundo de los comunes democráticos, desbordando las plataformas digitales con procesos, relatos y prácticas.

La ciudad abierta y colaborativa tiene un doble corazón, digital y analógico. La ciudad abierta y en común puede ser una sinergia de hackers y urbanistas, de niños y jubilados que construyen ciudad. La ciudad abierta y en común es una polifonía de cines auto organizados de barrio (como el Cinema Usera, en Madrid) y de centrales térmicas auto gestionadas en las periferias (como la de Orcasitas, también en Madrid), de redes de huertos colectivos, de mobiliario construido por vecinos y vecinas, los verdaderos arquitectos del siglo XXI. Nuestros cuerpos son el hardware, nuestros procesos el software, como diría el investigador Ted Nelson. La capa territorial (comunes urbanos) completa y resignifica la capa digital participativa de los comunes democráticos.

Cinema Usera / Intermediae

Human rights by design

La tercera línea que visibilizó el encuentro Ciudades Democráticas de Madrid fue la de los comunes digitales. Para ser más concretos, el nuevo frente de batalla que desde el ecosistema de los comunes digitales se ha puesto en marcha contra la vigilancia masiva de las grandes multinacionales y Gobiernos. Existe un mundo pre revelaciones de Edward Snowden. Y existe una «era Snowden», en la que estamos totalmente inmersos, marcada por el derecho a las filtraciones y a la transparencia. La criptografía, la variable que garantiza el derecho a la privacidad digital, es otro de los elementos comunes del encuentro Ciudades Democráticas. Nunca habrá igualdad si la élite y las grandes compañías practican la vigilancia masiva a los ciudadanos. El sociólogo brasileño Sérgio Amadeu afirma que el mundo necesita tecnología «human right by design» que garantice los derechos humanos. La privacidad, tras las revelaciones de Edward Snowden que probaron que algunas de las multinacionales tecnológicas más importantes son cómplices del espionaje masivo de la National Security Agency (NSA) de Estados Unidos, empieza a convertirse en uno de los derechos humanos de nuestros tiempos. Un derecho humano para el que, hasta ahora, no existe una protección contundente a nivel internacional. Al lado de la privacidad, nos encontramos otro concepto clave, la transparecencia. Julian Assange, fundador de Wikileaks, todo un Jimi Hendrix de nuestra era, resume la relación de privacidad con transparencia de una forma muy simple: «Más privacidad para los débiles, más transparencia para los poderosos» . ¿Cómo se relacionan pues las tres líneas de los comunes (democráticos, urbanos y digitales)? ¿Cómo habitan dichas líneas, con sus visiones de mundo, con sus prácticas y pensamiento político, el marco simbólico de las ciudades democráticas?

Marcos agregadores, prácticas del común

La evolución del concepto smart city (ciudad inteligente) brinda un ejemplo didáctico. Tras venderse cómo un paradigma de la ciudad en la que la tecnología trabajaba para resolución de problemas colectivos, la ciudad inteligente se convirtió en el marco simbólico común de todos aquellos que pretendían mejorar la ciudad con el uso de tecnología. Cuando las críticas al modelo y a las prácticas de las grandes multinacionales vinculadas a la ciudad inteligente fueron aumentando el tono, muchos colectivos sociales, investigadores y urbanistas comenzaron a hablar de smart citizens, ciudadanos inteligentes. Hablar de smart citizens es, en el fondo, aceptar el marco de la smart city: critica y discute lo que es inteligente o no, pero no desplaza el marco hacia otra parte. La maquinaria de las multinacionales tecnológicas no tienen ningún problema en aceptar el debate de narrativas en los marcos simbólicos construídos por ellas. Tras las críticas iniciales a la ciudad inteligente, el propio mercado lanzó su nueva capa narrativa de «ciudadanos inteligentes», apropiándose de las críticas y transformándola en algo suyo.

El mercado, el capitalismo cognitivo y los Gobiernos están vampirizando la ética hacker, lo colaborativo o la cultura lab sin entenderlo de verdad. El oportunismo roza el insulto en el caso de grandes compañías como Microsoft o Oracle, lobbistas duros del copy right que juegan a los datos abiertos, disfrazados de mecenas de lo hacker o de ciudadanos inteligentes. Lo mismo ocurre en el ámbito de los gobiernos: ciudades gobernadas por partidos y políticos verticales, vinculados al capitalismo en mayúsculas, creando espacios con narrativa hacker. El Ayuntamiento de Río de Janeiro – el que se subió al carro de la especulación inmobiliaria, los desalojos, la ciudad creativa del capitalismo cognitivo y el control tecnológico de la Smart City – creó el Lab.rio. La narrativa lab de los laboratorios ciudadanos y sus subnarrativas (innovación ciudadana, por ejemplo) también están en boga. Y son puestas en marcha por personas / instituciones que ni saben trabajar en red ni conocen la ética hacker.
Para contrarrestar a la máquinas de marcos simbólicos falsos y a la mafia de narrativas robadas, se están tejiendo otros marcos como el de las ciudades rebeldes. ¿Pero entrarán el sistema, el mercado, los grandes medios y la ciudadanía en general en marcos simbólicos tan combativos y anti sistema como las ciudades rebeldes? ¿Sirve de algo crear marcos esencialmente antagonistas?

Habitar las ciudades democráticas

El encuentro Ciudades Democráticas, más que un conjunto de presentaciones, charlas y encuentros, dejó un legado más importante: un marco simbólico neutro y agregador habitado por prácticas del común. Porque no sirven los imaginarios huecos, las narrativas vacías, el marketing del mercado que se apropia de la voz de la ciudadanía. Las ciudades democráticas, sin prácticas del común, podrían ser un marco vacío que el mercado no tardaría en ocupar. Por eso la participación ciudadana, para no caer en la nada, debe funcionar con la lógica de la Internet descentralizada, de los comunes en red, de los procesos de abajo arriba. Y por eso la conferencia internacional de Ciudades democráticas flotó sobre los elementos de un nuevo sentido común de la democracia: filtraciones pro transparencia, criptografía, tecnologías peer-to-peer, mecanismos de democracia directa, diálogo, escucha institucional, hacking cívico. El marco simbólico de las ciudades democráticas, funcionando con la lógica de la democracia de los comunes, es otra cosa.Es criptografía y derecho a las filtraciones, privacidad y participación, redes abiertas e inteligencia colectiva, derecho a la ciudad y la democracia del bien común. Las ciudades democráticas son todo aquello con lo que sueñan los ideólogos de las ciudades rebeldes, pero configuran un espacio agregador en el que todo el mundo, y no sólo los que tienen afinidad ideológica, pueden participar.
Si el sistema quiere disputar el marco de las ciudades democráticas, que entre, que debata, que proponga. Pero lo tendrá difícil si el sistema operativo y la lógica de las ciudades democráticas sigue la senda de los comunes democráticos, los comunes urbanos y las nuevas luchas de los comunes digitales que se mestizaron en el encuentro ciudades democráticas de Madrid. Tendrán difícil disputar un marco simbólico tan incombatible mientras el imaginario de la participación ciudadana este configurada por gente como Raquel Rolnik, ex relatora de vivienda de la ONU, que participó en el encuentro de Madrid. «El verdadero cloud que arrasa el planeta es el capital financiero», afirmó Raquel en su conferencia. Continuemos marcando la cancha de las ciudades democráticas, habitando un marco agregador en la que no cabe todo, muchos menos el neoliberalismo. Quien se quede fuera de las ciudades democráticas, quien no acepte su lógica abierta orientada al bien común, tendrá un nombre: enemigo de la democracia.